lunes, 1 de agosto de 2016

Jorge Luis Borges,¿visionario de la física cuántica?

¿Qué relación tiene la obra de este escritor argentino con el desarrollo de una de las ramas más avanzadas del conocimiento del universo? El Espectador habló con Alberto Rojo, físico y especialista en mecánica cuántica sobre este tema.
Por: Steven Navarrete Cardona

Jorge Luis Borges,¿visionario de la física cuántica?
Foto: Jorge Luis Borges y Alberto Rojo.
AFP- Cortesía
“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên opta –simultáneamente- por todas. Crea así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan”, anota Borges en su cuento ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’ escrito por primera vez en 1941. Desde aquel entonces hasta el día de hoy, este cuento como otros textos de la obra de Borges siguen cautivando y causando curiosidad tanto a los amantes de la literatura como de la física. 
“A Borges lo leo desde muy chico, antes de decidirme a estudiar física. Sus libros me acompañaron durante toda mi vida. Soy de la generación que vio publicar a Borges sus libros. Los fui leyendo, con la compañía de mi padre, que es filósofo. Después me fui a estudiar física y luego empecé a encontrar conexiones. Si bien Borges era alguien que no tenía formación de científico sí tenía cierta afinidad por las ideas rigurosas, había leído mucha divulgación de las matemáticas así como una preferencia por las paradojas, eso lo lleva a escribir de una manera única”, explica el físico y especialista en mecánica cuántica en diálogo con El Espectador.
Rojo es un reconocido divulgador científico que reside en los Estados Unidos desde hace algunos años, además, autor del libro ‘Borges y la física cuántica’ publicado por Siglo XXI Editores que llega a su quinta edición en menos de dos años. En dicha obra desmenuza concienzudamente, a partir de sus publicaciones y de un encuentro con el autor argentino, la recepción que su trabajo ha tenido en el campo científico. 
“Borges no sabía nada de física y lo hablé con él 1985, me sorprendí con su afirmación de que de física sólo sabía usar el barómetro. Su contribución se anticipó a una idea de la física cuántica y está en el cuento ‘El Jardín de los senderos que se bifurcan’, en ello baso mi libro. La idea que el postula en 1941 no existía. En la actualidad la idea de universos paralelos, de universos que se crean en cada toma de decisión es bastante conocida pero cuando la escribe Borges no se había mencionado. Quince años después del cuento de Borges aparece un artículo de Hugh Everett III donde propone la teoría de la “Interpretación de los muchos mundos”, afirma Rojo. 
¿Pero entonces los científicos copiaron la idea de Borges?
“Indagué y según dicen, ese investigador no había leído a Borges. Cuando empecé mi trabajo el autor había muerto pero uno de sus colaboradores de su tesis me indicó que no conocían el trabajo de Borges. Es así como Borges se anticipa de forma literal a una de las interpretaciones de la física cuántica”, enfatiza Rojo. 
Como bien señala Rojo, la obra de Borges no sólo influyó a la física y a las ciencias naturales, con apuestas como -El Teorema de Borges- sino también en las ciencias sociales y las humanidades, como es el caso del filósofo Michel Foucault, que en su libro ‘Las palabras y las cosas’ publicado por primera vez en 1966, inicia con una confesión de parte sobre el poeta argentino. Así lo narra Foucault al hacer referencia al artículo de Borges, "El idioma analítico de John Wilkins". 
“Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento —al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geografía—, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro”.
Actualmente la obra de Borges continúa leyéndose de forma intensa en el mundo académico. Basta hacer una búsqueda en ‘Google Académico’, donde se pueden encontrar 102.000 resultados en 0,05 segundos. Asimismo se pueden encontrar una cantidad de resultados considerables en bases y repositorios digitales como  RedALyC, Scielo, y  Scopus.

Fuente

miércoles, 29 de abril de 2015

Clarice Lispector, ese misterio

No puede no conmocionarse el que lee a Clarice Lispector por primera vez. Es una escritura extraña, intima, femenina. Es una escritura que buscar el encuentro con lo real y arrastra al lector hacia esos confines. Casi descarnada al mostrar la esencia del encerramiento humano en su propio cuerpo.

Aquí dejo este texto publicado por Caetano Veloso donde narra su vivencia al conocerla en el texto y luego personalmente.

 

CONOCIENDO A CLARICE



Por Caetano Veloso


Mi primer contacto con un texto de Clarice Lispector tuvo un enorme impacto sobre mí. Era el cuento “La imitación de la rosa” y yo todavía vivía en Santo Amaro. Tuve miedo. Sentí mucha alegría por encontrar un estilo nuevo, moderno –yo estaba buscando o esperando algo que iría a llamar “moderno”–, pero esa alegría estética (llegaba incluso a reírme) venía acompañada por la experiencia de la creciente intimidad con el mundo sensible que las palabras evocaban, insinuaban, dejaban que ocurriera. Una joven señora volvía a enloquecer ante la visión de un arreglo de rosas jóvenes. Y volver a enloquecer era una desgracia para quien con tanta aplicación había logrado curarse y reencontrarse con su felicidad cotidiana: pero era también –y sobre todo– un instante en que la mujer era irresistiblemente reconquistada por la gracia, por una grandeza que anulaba los valores de la rutina a la que ella apenas había vuelto a apegarse. De modo que quien leía el cuento iba queriendo agarrarse con aquella mujer a los matices de la normalidad y, al mismo tiempo, entregarse con ella a la indecible luminosidad de la locura. Era una epifanía típica de los cuentos de Clarice, que iría a reencontrar innumerables veces en los años en que siguieron a aquel 1959. Agradezco a Rodrigo, mi hermano, siempre tan bueno, ese encuentro. El me regaló una suscripción de la revista Senhor donde leí ese y otros textos de Clarice (“Los desastres de Sofia”, tal vez “El crimen del profesor de matemática” y “Lazos de familia”, con seguridad “La legión extranjera”, además de pequeñas notas y hasta alguna crítica). Después él me regaló los libros que continúan a esos y otros cuentos nuevos. Y, finalmente, las novelas, que no parecían para nada novelas: La manzana en la oscuridad (que me decepcionó considerablemente) y La pasión según GH (que nunca me pareció perfecto como los cuentos perfectos, pero que me sorprendió más que los cuentos más sorprendentes): nunca leí Cerca del corazón salvaje, su primer libro y por lo tanto considerado el mejor. Pero leí el extraño libro de historias “eróticas” y las novelas La hora de la estrella y Agua viva. Recientemente, mi hijo Moreno, de diecinueve años, me leyó, con lágrimas en los ojos, largos fragmentos de Un aprendizaje o el libro de los placeres. En todos esos reencuentros, siempre el flujo de la vida aflorando por entre las palabras, a veces con intensidad perturbadora; frecuentemente me viene a la cabeza el tono, el ritmo, el sentimiento de su cuento “Mineirinho”.
Leer a Clarice era como conocer a una persona. En 1966, cuando llegué a Río para vivir e intentar trabajar, José Wilker me dio el teléfono de ella. Una noche, en presencia de Torquato Neto y Ana, entonces su mujer, decidí llamarla. Clarice atendió inmediatamente, como si hubiera estado esperando la llamada. No demostró ninguna extrañeza y habló conmigo como si ya nos conociéramos y hubiéramos conversado habitualmente todas las noches. Volví a llamarla muchas veces. Eran conversaciones muy directas (“Estoy enojada con la vida, mi máquina de escRibiR se Rompió –con esas erres hebreas–) y el teléfono era atendido siempre rápidamente. Un día me dijo que había visto mi fotografía en la tapa de la revista Realidade –yo entre los otros novísimos de la música popular–. Un año después, ya viviendo en San Pablo, volé a Río solo para participar de una gran reunión de artistas e intelectuales que, con Hélio Pellegrino como portavoz, querían exigir del gobernador del estado de Guanabara, el Dr. Negrao de Lima, una actitud nítida en relación con el asesinato, por parte de la policía, de un joven llamado Edson Luís, estudiante, en el restaurante universitario llamado Calabouço. Yo estaba en medio de una casi multitud que llenaba la sala de espera del Palacio cuando sentí un golpecito en el hombro y oí la voz inconfundible: “Joven, yo soy Clarice Lispector”. Me volví muy tímido y nunca más nos hablamos. Volví a verla en un show de Bethânia, a quien ella se acercó al final de su vida. Pero no parecía que hubiéramos tenido algún contacto antes. Las veces que hablamos por teléfono, le dije que la admiraba mucho. Pero eso no expresaba una milésima de mi verdadera admiración y no decía nada sobre mi amor. Nuestro encuentro personal tuvo al final un gusto de desencuentro y cuántas veces lamenté haber dejado la impresión de que mis llamadas habían sido una irresponsabilidad. O haber quedado con la impresión de que la había decepcionado con el prosaísmo de mi timidez, de mi cara, de mi música.
Lo que nunca cambió fue el sentimiento que la lectura de sus textos provoca en mí. A veces vuelvo a leer “Amor”, “Los desastres de Sofía”, “La legión extranjera”, o incluso “Una gallina”, que en los años 60 yo sabía de memoria como si fuera una canción, y ellos permanecen como momentos de la literatura brasileña moderna, momentos perfectos de vida en las palabras, momentos perfectos.
Catálogo de la exposición A paixão segundo Clarice Lispector, Río de Janeiro, octubre de 1992.

Fuente: Página12

lunes, 27 de abril de 2015

Infinito movimiento

Estar en constante movimiento sin poder anclar en un sentido es, respecto a la angustia, un desafío. Sin embargo parece también que a cada instante se abre una esperanza. Una esperanza que pronto vuelve a caer. No queda nada, hay un instante de nada, de la nada misma. La angustia sabe que es sólo transición. Entonces todo sigue, nada se derrumba, todavía hay vida. Eso es vivir para mí hoy. Es un sentir diferente a otros momentos pasados de una vida que, creía, era mía.

Hoy leí que Borges iba a una librería con su madre, ya en 1955, se dirigía hacia las estanterías, recorría el lomo de los libros, reconociéndolos, luego sacaba uno y hablaba de él. Digo, siempre hay alguna posibilidad en un instante.

¨ Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.¨  (La casa de Asterión, J. L. Borges)

domingo, 8 de marzo de 2015

Lo imposible del amor

Si no es locura no es amor.

Todo desencaja suavemente
y asoman cosas del pasado
con sonido a guitarra, a bandoneón
un melancólico cantor
un olor a café

Y esas ganas de abrazarte ...

Cómo decirte ...

Así es lo imposible del amor

Ingenuidad la de querer retenerlo.

Gracias que hoy te reencuentro
en los intersticios de mi mente
sin saber siquiera
si aún persisto o si vivo allí
en ese espacio de belleza envolvente
ni si aún estás ahí.


No dejaré de intentarlo

¿​Cómo escribe un escritor?​


​ Mi escritora interna que nunca fue, ve que todos los ojos miran.  Mira los ojos que miran. Es un punto extremo; las pasiones quedan en suspenso; lo que sigue es la muerte. Hay que hacer algo. 


Los minutos pasan...  

L​o vivido está en la memoria; mi historia es una de todas las posibles, lo que vale es que a alguien le interese que yo se la cuente. Pero no soy poeta. El poeta sabría enlazar esas imágenes y las deslizaría hacia tus oídos o haría que las leyeras en eco. ¿Eres alguien inexistente? 


​Esta historia comienza con aquel sonido lejano, de ciudad viva, de algo misterioso que llama mi atención, de anónimo ajetreo, de sitio turbio, de lugar inevitable. Inútil es resistirse -pienso- indefectiblemente hacia allí debo ir. No lo deseo, lo se. Quiero que se detenga el tiempo, quedarme allí, en esa habitación tórrida, semi oscura, cerrada. Es la conciencia la que está asomando a mi mente. Conciencia de una realidad que sospecho, que no conozco, que me espanta, a la que voy a ser arrojada sin remedio. Me veo sola, caminando adelante, sin saber adonde, sin miedo. Me hicieron creer que podía, que había algo que se llamaba vida, que había que vivirla. Yo no entendía, pero sabía que no podía no crecer, que ninguna resistencia lo impediría. 

Corrían los imborrables días de noviembre de 1961, cuando las cartas estaban siendo echadas.


lunes, 26 de mayo de 2014

Carlos Gardel - Volvió una noche



Volvió una noche, yo la esperaba
Había en su rostro tanta ansiedad
que tuve pena de recordarle
su felonía y su crueldad

Me dijo humilde: "si me perdonas
el tiempo viejo otra vez vendrá
la primavera de nuestras vidas
verás que todo nos sonreirá"

Mentira mentira, yo quize decirle
las horas que pasan ya no vuelven más
Y así mi cariño va al tuyo enlazado
es sólo un fastasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar

Callé mi amargura y tuve piedad
sus ojos azules muy grandes se abrieron
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo 'es la vida', y no la ví más

Volvió esa noche, nunca la olvido
con la mirada triste y sin luz
y tuve miedo de aquel espectro
que fue locura en mi juventud

Se fue en silencio, sin un reproche
busqué un espejo y me quise mirar
había en mi frente tantos inviernos
que también ella tuvo piedad.


domingo, 18 de mayo de 2014

Conjeturas de Borges
Por José Pablo Feinmann
A Juan Carlos Desanzo
El 4 de junio de 1943 hay en la Argentina un golpe de Estado. Son militares con simpatías por el Eje y con antipatías por la oligarquía tradicional pro-británica que ya buscaba en Robustiano Patrón Costas al futuro presidente de la nación. Que un personaje de la oligarquía terrateniente se llame Patrón es verdaderamente un símbolo impecable. También eran impecablemente pro-fascistas los militares del ‘43, que hasta prohíben el lunfardo. Apena –con frecuencia– pensar este país. Y a veces no, a veces es fascinante porque el Bien no está en ninguna parte, la Verdad tampoco. Pareciera, en cambio, inalterable la permanencia trágica del Mal y del Error. ¿Qué había que hacer el 4 de junio de 1943? ¿Salir a la calle a cantar la Marsellesa y aceptar mansamente una candidatura fraudulenta tramada entre los estancieros y la Cámara de Comercio Británica? ¿Salir a la calle a vivar al ejército antibritánico, nacional, proteccionista, patriótico, que tan horrorosamente se parecía a las hordas de Hitler? Borges hizo otra cosa: escribió un poema tan complejo como complejo es el país cuya historia de sangre y desencuentros lo inspiró.
El “Poema conjetural” –pieza clave en la obra borgeana– se publica en La Nación el 4 de julio de 1943; coherente con esas simetrías de la realidad que Borges amaba, la fecha refleja –con la diferencia de un mes– la del golpe militar fascistoide, antibritánico y antioligárquico. “Utilizando el recurso del poeta inglés Robert Browning en sus Dramatis Personae (1864), Borges imagina el monólogo de su ancestro Francisco Narciso de Laprida en el momento en que iba a ser degollado por sus perseguidores” (Borges, una biografía, Horacio Salas). Escribe Borges: “Yo, que estudié las leyes y los cánones, yo, Francisco Narciso de Laprida, cuya voz declaró la independencia de estas crueles provincias, derrotado, de sangre y de sudor manchado el rostro, sin esperanza ni temor, perdido, huyo hacia el Sur por arrabales últimos”. El Sur es, en Borges, el espacio de la barbarie. Ahí encuentra su destino secretamente anhelado en las noches de fiebre, Juan Dahlmann. Hacia el Sur, también, huye Borges en la trama paranoica de “El amor y el espanto”. Son huidas hacia el centro del sentido. Hacia “la letra que faltaba, la perfecta forma que supo Dios desde el principio”. Laprida, como Dahlmann, como Borges, completa su figura dialéctica en el Sur. (Utilizo el lenguaje de la Fenomenología del Espíritu, que Borges desconocía por completo, como tantas otras filosofías que ignoró.) Pero en este civilizado que huye de los bárbaros para encontrarlos está la densidad conceptual del poema. “Yo que anhelé ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes, a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano.” Más allá de Sarmiento, el “Poema conjetural” plantea la experiencia de la verdad, de la síntesis, como una mixtura dionisíaca (el pecho se endiosa con un júbilo secreto). Es el júbilo de la verdadera identidad, de la plenitud del ser alcanzada por medio de la integración enriquecedora, compleja, de los contrarios. Laprida sabe que en el país que habita sólo habrá de ser un culto cuando lo penetre la barbarie, “el íntimo cuchillo”. Ser es ser una contradicción viva, una totalidad ardiente, problemática, conjetural, no definitiva sino abierta. Sartre diría: “una totalidad destotalizada”. El cuchillo de la barbarie completa el rostro del doctor en leyes. “Ya el primer golpe, ya el duro hierro que me raja el pecho, el íntimo cuchillo en la garganta.” Ya civilizado, ya bárbaro, para siempre las dos cosas: eso es ser argentino. Nadie podrá serlo sin llevar en su alma el aliento peligroso de las crueles provincias.
Borges, en el “Poema conjetural”, va más allá de sí mismo. Su propia interpretación del poema es pobre. Suele afirmar que lo escribió cuando ya sentía sobre él la amenaza del peronismo. Pero si el peronismo era (como lo era para Borges) la barbarie, el heredero de las montoneras de Aldao, entonces Borges debió secretamente recibirlo con júbilo, con el secreto júbilo con que Laprida recibe el cuchillo del final, el íntimo cuchillo, ya que esa daga le permite cerrar su rostro incompleto, encontrarse con su destino sudamericano. Esto, claro, estaba muy lejos de las simplezas políticas de Borges. Como poeta, como el gran literato que era, se acercaba a estas complejidades de la historia; pero como hombre político no iba más allá de sus condicionamientos de clase, de sus mezquindades de niño cultivado, de antifederal obstinado, de gorila montevideano, espacio en el que engendra “La fiesta del Monstruo” que es, por su linealidad, por su textualidad frontal y propagandística, la antítesis del “Poema conjetural”.


Fuente: Página12