el saxo
Te tuve sin darme cuenta. Eras una sensación. Escuchabas. Mi voz tenía cuerpo y mi cuerpo consistencia. Un día perdí tu saxo y mis vestidos se ajaron. Cai hasta lo más bajo. Caminaron en mi cuerpo. Quedé al final de la fila en aquel bodegón oscuro. A nadie le importaba que yo lo hubiera perdido, sólo a aquel hombre que, a pura voz cantaba, entonando una canción triste que penetró en mis venas. Un hilo de fino oro me mantuvo viva, haciéndome comprender lo que ni tu comprendías: que sin ley no hay nada y que, al menos, con ella, persisto, buscando tu voz en las voces de los que no son escuchados.
Sin tu ley...
ResponderEliminarLa ley del Padre, es la de esos amores que hemos arrancado al cielo, que hemos arrancado a una mujer o a un hombre, que al menos hemos sentido prohibidamente el deseo por nuestro contrario prohibido, son los que nos hacen darnos la vuelta y reencontrar a aquel saxo que no es tan exhuberante como el amor prohibido pero nos da calor, paz y luz. El verdadero amor el de las palabras.
Sin él no somos nadie.
Un abrazo
Vicent