lunes, 13 de enero de 2014

Un día de verano de 2014



Acá estoy, luchando con el calor. Me levanté temprano y dejé todo cerrado para mantener fresquito. Al rato la casa se me empezó a calentar y yo empecé a chorrear agua por el cuello, hasta que me dije voy a abrir la puerta para que corra un poco de aire. Pero cuando lo hago una ráfaga de aire caliente me quemó las pestañas. El gato que estaba tirado en el suelo hacía 3 horas se sobresaltó y salió corriendo hacia mi habitación donde tiene prohibido entrar. La tortuga venía caminando rápido por un caminito del jardín, con el cogote levantado como diciendo: ¨Ay, que no me cierre la puerta porque quiero agua¨. Entonces comprendí que el calor no me afectaba a mi solamente sino también a mis animales, que son en realidad adoptados, pero eso te lo cuento otro día. Habiendo comprendido esto decidí enfocar el ventilador hacia el gato para que se refrescara, pero empezó a estornudar y toser porque tiene asma y parece que el aire de golpe le pegó mal. Mientras tanto la tortuga ya cruzaba casi corriendo por el medio de la cocina hacia el patiecito del fondo, donde hacía más o menos 55 grados de calor, con baldosas. Entonces corro a agarrar la manguera para echarle agua al pobre animal, para que no se le achicharraran las patas y veo que me mira con esos ojitos inexpresivos pero que esta vez parecían decirme ¨gracias¨. De a poco va estirando las patitas para aplastar su panza contra el suelo como simulando estar en un río. Para esto el gato volvió a tirarse en el suelo y allí se quedó, porque seguramente ese es su mejor lugar. Así que aquí estamos esperando que caiga la tarde para asomar la nariz afuera e irme un rato a caminar por la costa. Si pudiera me los llevaría pero creo que no sería una buena idea.

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